Trascender
la “resolvedera”:
El gran reto de las organizaciones dominicanas
El gran reto de las organizaciones dominicanas
Por Carlos Yunén y
Paulo Herrera
Nadie niega que durante las últimas décadas la República Dominicana ha experimentado un crecimiento económico espectacular. Este crecimiento, si bien desigual e inequitativo, ha transformado todos los sectores privados y públicos del país y ha permitido que, en el tiempo de una generación, éste haya pasado de ser una de las naciones más pobres del hemisferio a sumarse a la lista de los países de renta media.
Tremendo logro, sin dudas. Pero,
¿cómo se explican estos resultados, si no ha existido una concertación
estratégica explícita y de largo plazo entre los diversos sectores públicos y
privados de la sociedad? ¿Es sostenible
este crecimiento, en cantidad y calidad?
Las estrategias – explícitas o no – que nos trajeron hasta aquí, ¿nos
pueden llevar al siguiente nivel de desarrollo como país, como estado, como
empresas?
Aceptando que los fenómenos del crecimiento económico y las
transformaciones sociales son complejos y multicausales por definición,
presentamos esta breve reflexión con la idea de provocar otras.
Un tema de
cultura: Ya se sabe, el dominicano resuelve. Pocos elementos culturales están tan asumidos
en el ethos dominicano como esta
capacidad de hacer frente, de cualquier manera y con los recursos que se tengan
a la mano, a las circunstancias adversas de la vida. En el imaginario colectivo local, la
habilidad para “buscársela” y “resolver” no sólo se asume como rasgo de
identidad, sino que se valora como un atributo codiciado para permanecer y
avanzar, tanto en los mercados como en las organizaciones.
Esta compulsión colectiva hacia una mentalidad de crisis permanente pudiera
explicar, al menos en parte, el crecimiento económico nacional como la suma de
ingentes esfuerzos individuales, desarticulados entre sí, pero motorizados por
un vigoroso sentido de urgencia. Desde
esta óptica, la economía y los negocios habrían crecido como una añadidura a
los propósitos más primarios – crear una empresa como sostén de un grupo
familiar, o mantenerla viva a través de todas las vicisitudes posibles – de cientos
de miles de empresarios emprendedores.
“Resuelvo, luego existo”: Este bien pudiera ser el lema nacional, con todas las implicaciones que
conlleva. Sí, hemos demostrado ser
expertos en resolver, y esta destreza ha sido vital para sacarnos de la pobreza
o para evitar caer en ella. En
condiciones de crisis o escasez, dominicanos y dominicanas sabemos ser
creativos, pacientes y tenaces.
Pero, con excepciones muy honrosas, a nuestras organizaciones privadas y
públicas les cuesta bastante incorporar en su funcionamiento cotidiano las técnicas
de gestión que son propias de instituciones desarrolladas, como pueden ser la
planificación de mediano y largo plazo como método de trabajo, así como el
establecimiento y seguimiento rutinario y riguroso de estándares e indicadores
de desempeño, entre otros.
Este es el lado oscuro de la “resolvedera”: en la cultura imperante, se tiende
a valorar más atender lo inmediato, resolverlo de alguna manera, que dedicarse
a construir protocolos inteligentes de actuación y tener la disciplina de
apegarse a ellos. Incluso en aquellas
organizaciones que han realizado esfuerzos importantes por avanzar hacia una
gestión estructurada, el propósito de establecer una rutina de alto desempeño
experimenta choques intensos y frecuentes con el estilo de ser y hacer que
tradicionalmente ha sido aceptado.
El salto
necesario pasa por la cultura, tanto en lo público como en lo privado: El modelo de pensamiento de la resolvedera tuvo efectos positivos, pues
contribuyó a sacar al país de la pobreza y al desarrollo de emprendimientos de
muy alto valor institucional y empresarial.
Sin embargo, es evidente que este modelo de pensamiento debe ser
trascendido si se aspira a sostener estándares globales en la producción de
bienes y servicios.
Por lo tanto, más que un tema de recursos – materiales, tecnológicos,
humanos – se trata de un cambio cultural en toda regla. Tanto en el ámbito privado como en el
público, el camino para llegar al siguiente estadio de desarrollo requiere la
construcción, en todas nuestras organizaciones, de una cultura de gestión, que
permita reenfocar la energía y el empuje que hemos demostrado tener en
circunstancias de crisis hacia esquemas de trabajo más estructurados, más
coherentes y más sostenidos y sostenibles.
No se trata, en ningún caso, de sustituir un atributo por otros. Se trata de complementarlos, enriquecerlos,
integrarlos y armonizarlos. Se trata de
garantizar la competitividad con un cambio profundo en los modelos de
pensamiento, de percepción de la realidad y, por lo tanto, de actuación, para
conseguir resultados extraordinarios de forma sostenible.
Solo de esta manera, provocando y gestionando este cambio cultural,
podremos dar el salto de desarrollo institucional, social y – como consecuencia
– material que, por simple y pura evolución, nos toca dar.